miércoles, 18 de febrero de 2015

La teoría de Urdiales



No hay estilos personales de torear, solo una historia común sobre los logros estéticos y técnicos del arte de lidiar toros. Por ejemplo, obviando a Cúchares y a Paquiro, uno con su gracia y el otro con su ánimo de ordenar la lidia en una estructura coral, el primer torero artista de la historia fue Cayetano Sanz. Su arte distaba mucho de la actual concepción del torero artista. Sin embargo es aquí citado porque explica a Diego Urdiales.
Para urdir otra referencia, en Sanz el concepto de la belleza es el de Platón: la verdad es belleza. La verdad es la más alta belleza. Más exactamente: "la belleza es el esplendor de la verdad". En dicho sentido toreros como Urdiales serían más artistas que coletas como Morante. Urdiales antepone la verdad como fundamento de lo bello, y Morante el barroquismo de plagar de destellos y giros las lidias.
Se supondría que esta verdad filosófica, la de la verdad como arte, debería prevalecer en la historia de la tauromaquia, pero Cayetano Sanz  se pierde cada vez más en la bruma de la historia, siempre dispuesta a celebrar los cotidianos sin significado. Su tauromaquia nunca fue de la derecha de la espada, pues mataba de forma lamentable en una época de maestros del mandoble. Su poder fue la izquierda, el pase natural esculpido de belleza, celebrado en ese número de La Lidia que recogía esta portentosa litografía coloreada de 1883. Cayetano Sanz es el primer torero en fundamentar toda su tauromaquia en el pase natural haciendo de él algo más relevante que la estocada o la lidia misma, siendo sus décadas aquellas donde más difícil era poder hacer arte con los ásperos toros del XIX. No cabe más alarde de verdad, aún hoy. Parafraseando a Petrarca, en su pase natural el toreo se hizo bello [por tanto arte].




Los moralistas del sagrado toreo posmoderno repondrán que Cayetano descarga la suerte, y que allí no puede haber verdad,  y si la hay, también la tienen las figuras actuales. Allí lo vemos con la pierna de entrada asentada y la de salida levantando de la arena la zapatilla. Su cuerpo refleja reposo en contraste con la aparatosa embestida y corpulencia del animal. Uno y otro están unidos por la tela, pues la muleta es puente de la danza.
Sí. La geometría del pase está invertida con respecto a la actual, en lo tocante a lo que conocemos hoy como cargar la suerte, pues asienta su cuerpo en la pierna derecha y levantaba la izquierda en el pase natural, como se observa también en los lances de frente por detrás y la estocada,
¿A qué se debe? ¿Por qué sigue invocando una poderosa idea de la belleza para nosotros, pese a hacer un gesto que hoy se vería como inaceptable? A que cargar la suerte entonces no era un concepto de piernas, sino de brazos. Su cortesana figura es la nobleza ante el peligro de la muerte, pero también un tratado técnico sobre cómo danzar con una fiera en los terrenos de los siglos XVIII y XIX.

Lo anterior es el caballito de hojalata y escaramuza de los aficionados que defienden el toreo actual de pierna retrasada y perfil. Usan ellos definiciones de cargar la suerte de 1796, cuando la tauromaquia de Cúchares lo denominara como el acto de llevar la suerte con los brazos.
Cargar la suerte era mover la muleta o la capa de forma que quedara fuera del tronco, que servía como eje. Luego la suerte pasaba por debajo de las astas que ofendían embistiendo. Es el sentido más primario de un término que en su propia semántica, "cargar", habla de agarrar con la mano algo. Sostener una forma sobre el toro. De tal forma que el torero sí cargaba la suerte, pero tampoco validaba a las figuras actuales.
Cayetano Sanz toreaba de piernas y huía de la jurisdicción. Pero torear al natural era su forma de quedarse allí ante la muerte. Torear es eso.


El axioma era: se carga con los brazos pues se mueven las piernas. Pero Joselito El Gallo, y no Belmonte con su sitio, lo invierte: se carga con las piernas pues se mueven o corren los brazos, o la mano. Gallito lo hizo en 1914 ante los hijos de la cruza ibarreña, al embarcar en redondo a un Martínez. Piénsese, años después, en la faena más importante de Belmonte, El Montepío de toreros, faena de siete naturales, cada uno ligado a su propio pase de pecho. Es el afán de la circularidad, el movimiento cerrado que el animal irracional no conoce. Ningún animal, salvo el hombre, sabe trazar círculos o cuadrados teniendo plena consciencia de lo que ello significa. Que ocurra ese movimiento entonces era una suerte de milagro. Algún atavismo mental de la afición hace que tal deseo se convierta en la celebración de los pases circulares actuales: dozantinas, circulares invertidos, poncinas, martinentes con el cuerpo, son al toreo esperpentos visuales, logrados como recurso siempre que el toro se niega a embestir por un pitón. ¿No han pensado acaso que antes del circular el toro renunció al derechazo o al natural, o que en la mayoría de los casos el toro está ya aplomado y apretando contra las tablas en el tercio?
Es cierto, pero entonces Belmonte completaba un movimiento circular fragmentando su tiempo en dos: natural y pase de pecho; luego natural y el forzado de pecho. Así siete veces hasta pinchar y luego abatir al toro como un rayo con una estocada que enardeció a la plaza de la Corte, que antes había gritado "los dos solos" para afear a Belmonte ante un memorable tercio de banderillas de Joselito y Gaona. El llamado Pasmo de Triana no hacía círculos: toreaba el pase natural y luego cambiaba de posición en un tiempo muerto para poder dar el de pecho. Para llegar a ese fundamento hizo falta que un siglo atrás Cayetano Sanz desarrollara todo el esplendor del pase natural, aislándolo del resto de las suertes por su poder de belleza que no podemos explicar, excepto porque es la forma de la verdad al comprometer junto con la estocada el momento de más riesgo para el hombre. Se dirá entonces que en la lidia la belleza es formada por un germen de miedo y tragedia, donde el hombre cambia su muerte entre las astas por el arte. El pase natural vuela y se hace con la mano torpe y con la que no mata.

Fragmentado el pase natural y el de pecho, rotos en dos partes para nunca ser un despreciable circular, torear es la división de movimientos que buscan rematar en la cadera en semicírculo, para así dejar dormida la embestida del toro junto al cuerpo humano, exigiendo más compromiso estético y técnico para evitar la cornada toreando. El circular es un round point donde el toro no repara en nada salvo en ver la salida, que busca con afán mientras el torero se la tapa dirigiendo la muleta en círculos.

Cargar hoy es ofrecer esa pierna por donde han de embestir los pitones, pierna que curiosamente ha sido llamada "de salida" cuando  siempre ha de ser la de entrada, la única que conozcan los pitones aún con todo y que se toree de perfil.

Obsérvese ahora la portada del Doctrinal Taurómaco de Hache. La estocada con ortodoxia era la resistencia del cuerpo, aún con la pierna derecha atrás, pero asentada, contra la embestida de aquel fino Jijón fijo en la tela que lo torea. Lo que revela el documento es que se mataba cargando la suerte, siendo por ello la suerte de recibir más fundamental y dura que la del volapié, convertida en el asco posmoderno en "julipié", o suerte de abatir mientras se vuela. El verdadero precedente del toreo ligado y asentando es la estocada recibiendo. Recordemos con Bleu que a Guerrita, esa conclusión del XIX, se le reprochaba el "paso atrás", pues como descargar la suerte es una forma de renuncia con el compromiso ético de arriesgar la vida.

Fundamentos: el pase natural y la estocada son un mismo espíritu en los tiempos. Se diría que la embestida es el intento de estocada al torero, y el pase natural su forma de torear la estocada. Si el toro cargara la suerte, de ser tal licencia posible con un irracional, no habría estocada humana posible.

Otros quisieran parecer romper el hilo. Tras la ligazón en redondo de la época dorada del toreo, se deriva en el arte de torear pero también el toreo cómico engendra su producto: el tancredismo. Don Tancredo era una aparición blanca sobre un pilón. Salía un astado y correteaba en torno a esa figura fantasmagórica, leticia, que no se movía sino que hacía el alarde de una estatua. Los públicos creían que no había nada más valiente que ese quieto hombre sobre una caja, que aguantaba el peligro del toro. Pero dijo Bergamín que el toreo de piernas es el espíritu. Lo mismo vale para el toro: sin movimiento que lo provoque, el toro no acomete. Don Tancredo y su inmovilismo no provocaban al toro, pues el humano había desaparecido para el animal que no lograba verlo. El toro, a diferencia de los monjes, no sabe ver la quietud total. Otras cosas son las estocadas y los naturales, que contienen cuando se engendran el movimiento de la tela que provoca.


El crítico Alegrías refiere sobre Cayetano Sanz una extraña manía de alternar el ocho de toreo de piernas con una forma de irse totalmente al extremo de cada pitón buscando un sitio para dar el natural. Esa es la negación del tancredismo, pues el movimiento busca el lugar donde la tauromaquia clásica ocurre. Al moverse, Sanz no inquiría la huida, ni menos delataba su ausencia de técnica. Estaba lidiando. Al ponerse de verdad dando los frentes, hallado el sitio preciso, hacía el Toreo al dar el natural en el lugar donde correspondía. Otros se quedan quietos y ligan las suertes de cualquier manera con tal de ligar solamente.  Ellos hacen el tancredismo, no el toreo. La obsesión por ligar es a la vez el sacrificio de los principios necesarios para el toreo: parar, templar, mandar, cargar la suerte y ponerse en el sitio de la verdad. Ligar no es torear, ni torear es ligar, pues la ligazón total apenas ocupa tres décadas de tres siglos de historia taurómaca.
Hay dos espíritus contrapuestos: el cayetanismo y el tancredismo. El segundo infectó en su ardor el ánimo de torear sobre el pilón del bufo de blanco. En cambio, el verdadero fundamento del toreo reposado no es la quietud de las piernas, sino la forma de ponerlas en el lugar donde está la muerte. Mientras uno se hace más alto que el naufragio al pararse sobre una caja, el segundo camina hacia el lugar donde la tierra se hunde. ¿Cuál es la verdadera resurrección cuando se torea? ¿La de quién?


El satírico pasquín The Kon Leche saluda la anunciación del Rey de los toreros. En él el natural se ayuda de la espada, del mismo modo que la verdad se ayuda con el movimiento de los pies para corregir el sitio y torear de forma acertada. El natural debe ser ese paso hacia el frente, hacia la embestida, no el ahuecamiento del cuerpo hacia atrás para que la inercia de la embestida pase. Luego de un siglo tras Cayetano Sanz, y posteriormente otro tras el Gallo, no hay aún torero más grande que José. ¿Lo pueden decir de, por ejemplo, los novilleros que ahora ligan con ánimo julista? El aficionado cabal se puede desgastar 50 tardes viendo a los derviches, tiovivos, carruseles y molinos giratorios. ¿Pero qué fue lo que ocurrió en Madrid con los de Adolfo, cuando Urdiales toreara siete naturales? Una voz obtusa en el micrófono pidió que ligara las series, o sea, que diera los pases de muleta sin corregir nunca el sitio de los pies. ¡Qué sucia impertinencia ante la creación de la verdad! Las embestidas no se ligan, se torean. De ahí que siete naturales de Urdiales abrieran las carnes de los aficionados del mundo, del mismo modo que la novillada del Gallo avisó una época, hecho tan inocuo que incluso fue advertido por los paródicos de su época, como ahora.

Ni Cayetano Sanz, ni José ni Diego Urdiales reposan en un ladrillo para torear. Julián López, en cambio, liga de tal forma que sus piernas podrían estar durante toda la serie montadas en el pilón de don Tancredo. Él hace eco al Espartaco y su forma de ligar el tercer pase con el de pecho sin enmendar, que no es lo mismo que la faena de El Viti en la Maestranza ante el Samuel Flores. Espartaco, creyendo hacer una revolución, en realidad inyectaba una fuerte anestesia a la Fiesta, pues el toreo ligado necesita un toro que lo permita con su progresiva falta de fiereza. Con esto el toreo se acerca a una forma de ballet, pero no a la verdad.
Así que el tancredista final de la época del XXI no es José Tomás, sino Julián López. Poner la quietud como valor supremo del torear es sacrificar el resto de principios en pos de la danza. Pero Rafael de Paula bailó un negro flamenco con Corchero de Martínez Benavides, en quizá una de las fenas más imperfectas pero más de verdad en la historia. Y Urdiales en Madrid buscaba el natural de Cayetano Sanz. Y ese solo natural, aislado, expresivo, fundamental, uno, como forma de arte, es una búsqueda más difícil y alta que ligar encima del pilón de don Tancredo cualquier cantidad insensata de pases.


Con quietud no hay paso al frente, sencillamente porque no hay movimiento. Lo que observamos en cada estampa de Cayetano Sanz es ese paso al frente, hacia la jurisdicción. De ahí que la definición de cargar la suerte que diera Bollaín fuera la de echar todo el peso del cuerpo en la pierna expuesta. Es la forma de inclinar el cuerpo hacia el abismo, de simbolizar el paso al frente.
En todo caso, hoy se le afea a Urdiales que no ligue las suertes en las series, pues corrige su posición en cada paso. Quienes lo acusan de carecer de conocimientos técnicos en realidad señalan los propios. Urdiales se pone en el sitio único donde emerge el toreo de verdad. Señalemos que todas las tauromaquias tiene su geometría y ética, y que todas caben en un rito que logra cobrar diversas expresiones. El Cordobés era un funámbulo que sin embargo toreaba por naturales de frente a toros del Marqués de Domecq en Bilbao.
Volviendo, la importancia de Urdiales estriba en ese giro radical y rebelde para con la época más tancredista: la verdad como fundamento de la belleza. Si Curro Romero, el último gran torero artista de todos los tiempos, puso a Urdiales al nivel de Morante, es porque el toreo en el riojano se concilia con las formas estéticas más fuertes y ciertas; por tanto, nadie pondría a un Greco por debajo de un Warhol. Si para la verdad hace falta corregir constantemente el sitio, habrá que darle la razón a Galileo.


Foto de inicio: Diego Urdiales en Medellín en el 2015, a siglos y mares después de Cayetano y su natural al Vazqueño en Madrid. Fue tomada de www.puertagrande.net

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En el año 1988 Maníli abría la puerta grande de Las Ventas de Madrid en la corrida de Miura. También nacía yo. Amante de la tauromaquia, el cine, la literatura y el rock. Sigo con obstinada fe la certera evidencia de la frase de Lorca: "Creo que los Toros es la Fiesta más culta que hay en el mundo".